Santiago José Castro Agudelo*
La
única forma de avanzar es quitándole poder de sobrerregulación a un Estado
ineficiente e infectado de corrupción y devolvérselo a la iniciativa privada,
sin pretender acabar con los grandes, pero sí exigiéndoles el cumplimiento de
la ley y una ética general.
Eso precisamente hizo el
exviceministro Gabriel García Morales, un “chino bien” dirían por ahí, que solo
cobró 6,5 millones de dólares por facilitar “alguna gestión” y que Odebrecht
pudiera hacer la suya. Hasta ahí llegó el asunto. En pocos años saldrá de
prisión y de seguro volverá al club como si nada. De ahí que muchos digan
“algunos años de prisión y una vida llena de lujos después”. Triste realidad en
Colombia.
Nada de esto es nuevo. Por eso no
entiendo los golpes de pecho que algunos alegan darse ahora, cuando han
compartido una y otra vez con los mismos. Revisen queridos lectores lo poco que
queda por ahí del proceso 8000, revisen algunos elementos que aún andan sueltos
de los grandes escándalos de corrupción como Foncolpuertos, el hospital San Juan
de Dios y el caso Nule, entre tantos otros. Muchos involucrados pasan de un
Gobierno a otro sin que nadie diga nada y la pregunta entonces es ¿Por qué?
El asunto es relativamente
sencillo. Colombia es un país donde el Estado se ha venido expandiendo de una
manera atroz, en una lógica extraña donde la ciudadanía desconfía de todos los
poderes públicos, aunque no de las armas de la república (véanse los estudios
de cultura política), pero los políticos quieren más y más Estado. Es apenas
lógico: ahí están los votos.
Además, la sobre regulación
beneficia a unos pocos que logran impedir la competencia y así sostener un
conjunto de empresas que en el mercado mundial sencillamente ya no serían
competitivas. Esa relación entre “empresarios”, clase política y algunos
gremios, conduce a un sistema blindado a los cambios. Por eso, Malcom Deas
afirmaba que en Colombia había una clase dirigente que no dirige, una clase
empresarial que no quiere competir y una clase política con una muy limitada
noción de lo que es la política.
El muro entre el sector
empresarial, la innovación, la competencia y el Estado es muy débil. Por ello,
la clave para los grandes está en lograr la mayor cercanía con el poder
público, en especial el ejecutivo, sin importar quién lo ejerza. Si usted es un
mediano empresario con ventas cercanas a 30 mil millones de pesos al año, pida
cita con un Ministro y me cuenta qué tal. Si, por el contrario, usted es uno de
los grandes y está por resolver un asunto un poco incómodo con una empresa
brasilera con la que presuntamente compartió un soborno, pues tranquilo, seguro
le dan una mano para que no pierda tanto.
Ahora no me van a salir con el
cuento de que soy un “izquierdista” y un “mamerto”. Todo lo contrario, soy un
conservador convencido y por eso defiendo y seguiré defendiendo la libertad, el
emprendimiento y el imperio de la ley, esa que tiene que ser igual para todos y
sin privilegios, como cantan todavía los conservadores en su himno, pero que
algunos olvidan en la práctica.
La única forma de avanzar es
quitándole poder de sobrerregulación a un Estado ineficiente e infectado de
corrupción y devolvérselo a la iniciativa privada, a los pequeños y medianos
empresarios, sin pretender acabar con los grandes, pero sí exigiéndoles el
cumplimiento estricto de la ley y ojalá de alguna ética general.
Ese muro, el muro que impide que
el Gobierno, cualquiera que sea, sea más poderoso que la ciudadanía; ese muro
no puede ser tan débil.
* Rector Universidad La Gran
Colombia
