CULTURA CIUDADANA
AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Agosto 23 2015
Agosto 23 2015
Muchos
se quejan del desorden en la ciudad. También son muchos los que contribuyen al
desorden. Veamos ejemplos: Es grande el número de ciudadanos que deciden
parquear en las calles, dejando sus vehículos expuestos a ladrones, vándalos y
accidentes. Si las calles son estrechas, peor si nos parqueamos en las vías.
Otros están convencidos que el pito mueve a los vehículos, y pitan desde antes
que cambie el semáforo. El ruido de los pitos de carros y motos al primero que
afecta es al conductor y después a todos los que vivimos en la ciudad.
El
ruido también tiene que ver con los vendedores de productos que usan megáfonos
a alto volumen; con los altoparlantes de almacenes que a todo grito ofrecen sus
productos, con la maquinaria de las construcciones, con la música de discotecas
y ventas de trago, con los carros que ponen música para que la oigan desde
Girardot o las congregaciones religiosas que piensan que Dios es sordo y que
sus cánticos deben llegar hasta el cielo.
El
desorden tiene que ver con los conductores de vehículos que no respetan los
carriles respectivos, que no detienen completamente la marcha en los pares, que
aceleran su marcha cuando el semáforo está en amarillo, que detienen sus
vehículos sobre la zona de cruce de peatones. Con los motociclistas que
adelantan a otros vehículos por la derecha, que se suben a los andenes y no
respetan los carriles. Todo esto está prohibido por ley, pero no hay
autoridades que la hagan cumplir.
El
desorden de la ciudad también tiene que ver con los comerciantes y dueños de
restaurantes que sacan desechos de sus negocios a horas diferentes de su
recolección, favoreciendo que transeúntes y animales callejeros hagan regueros
en las vías, separadores o andenes. Igual ocurre con los residuos sólidos
domiciliarios y los ciudadanos que botan basura en las calles.
Generan
desorden los ciudadanos que exponen su vida e integridad al cruzar avenidas por
debajo de los puentes peatonales o por fuera de las zonas demarcadas para su
paso. Duele ver a muchas personas dañando las plantas sembradas para embellecer
los separadores, por pasar la calle a mitad de cuadra. Peor los que no respetan
los semáforos. O los ciclistas que manejan en contravía y sin respetar señales
de tránsito. Y los que reparan vehículos en la vía pública o en las aceras.
Lo
anterior y mucho más, amerita un compromiso serio, cuidadoso, continuado sobre
cultura ciudadana. Pero un verdadero programa integral, no simples campañas publicitarias
ocasionales con mimos y cartelitos que no causan impacto pero si sangran el
erario. Un programa de cultura ciudadana debe ser una apuesta pedagógica que
permita interiorizar en el corazón y la mente de los ciudadanos el respeto por
las normas, la responsabilidad moral de cumplirlas y el consecuente castigo cuando
se incumplan.
La
cultura ciudadana busca construir ciudadanía como un patrimonio de la sociedad.
Kant decía que los humanos, para vivir en comunidad, teníamos la obligación
absoluta, como imperativo categórico de regular nuestra conducta. Esta
autorregulación es cultura ciudadana.